martes, 28 de septiembre de 2010

LO QUE ME ENSEÑO LA VIEJA Y LA TASITA DE TOTUMO


Curiosa criatura, un cuerpo escuálido, una altura menor que un lápiz, de color negro, era el niño de dientes salidos, una frente ancha y siete pelos, el último le caía en el rostro, pálido y sin vista alguna, con una timidez aguda que su peso humano llegaba al suelo, pobre con una joroba en su delgada espalda. No me crean de a mucho, yo tampoco le creí a la viejita, ni a su tasita de totumo.
Aunque lo único cierto en la vida sean los años, no dejan de ser una mentira de la propia vida, tal ves aquel niño ni existía. Esa era la vieja Rosa Carmen, astuta como los años, con un rostro de viejas heridas que mostraba con orgullo, de un pelo, que digo pelo, una capa de nieve que se derrite al lado del fogón, - soy como la candela bajo la ceniza y el valor del tizón apagado- me decía con vos de joven, atrevida vieja dirían algunos, tenia algo en su vos como cual encanto de sirena me atrapo ese día; un sábado por la mañana con un pensamiento pesimista a mis espaldas, con dolores en los huesos y la mente quizás ha donde, de un devenir que me tenia mareado, - venga muchacho para esa cara no hay como un café-, interrumpió la vos en mi penumbra, como en esos días, la única reflexión que llega al corazón no hay mas nada que perder. De niño recorría su patio, esos tiempos, entre por el mismo portón de palo y manera con una mueca para un lado, era como si volviera al pasado, camine por el estrecho callejón de su casa y la cerca de la mía, al momento de pasar por lo que era la cocina, un cuarto de barro con varitas ya con sus paredes desconchadas, con ese aire fantasmal de las casas abandonadas.
Camine sobre la tierra cubierta de florecitas amarrillas del árbol de Jobito, a su frente el gran árbol de mamon, pero ya no tan grande, pues sus ramas estaban cortadas, mis ojos se fijaron en el objeto que de niño se robaba  mi risa y admiración, con los años en cima, pero aun de pie, era ese viejo pilón donde si mi memoria no me falla la vieja Rosa Carmen pilaba el café, mis ojos en un recorrido recto toparon con la mencionada viejecita, sentada en una banca de madera junto a su fogón, que era cubierto de los cielos por un gran árbol, con racimos delgados, de unas tiritas de color marón, en los cuales de niño me balanceaba en ellas – siéntate caramba – señalándome otra banquita de madera mas pequeña que la de ella, pero mi mente estaba perdida en los laberintos de mi pobre situación. Con un vestido de flores marones y una peinilla en el cabeza, una tasita de café, pero no cualquier tasita, era de totumo, el pensamiento absurdo en ese momento fue que pobre viejecita.
Ese niño- jajá – ese niño diente a fuera – jajá - ; para reírme yo de esa historia, pero no lo hice, con la mano delgada con pellejos que le colgaban, sobre esa tasita de totumo, que sujetaba con fuerza, como fija en un momento nada de afán, que afán pudiera tener esa viejecita, - ese niño – jajá -, niño triste – jajá - ; no era normal hablar con la vieja Rosa Carmen, cuando hablaba lo hacia con su eterna tasita de totumo y lo mas curioso, con un cigarrillo en la boca, lo del fuego para dentro, palabras y humo salían de su boca, en un momentico no fue su risa silenciosa que llamo mi atención, ese maldito humo se volvió un espejo, en ves de se niño de sus palabras, me vi yo tan claro como nunca me hubiera visto jamás, tome despacio el café, sintiendo que la textura de la tasita de totumo llegaba hasta mis huesos, volver hacer niño fue el anheló que se amarro en mi corazón y quise que saliera por mi boca, la vieja Rosa Carmen seguía riendo y contando su historia, pero se que se dio cuenta de ese momento que reflejaron mis ojos.
De un solo paso desperté, de esa sensación que no es común en los mortales, una pinchada entre mi pecho y espalda, con una confusión moderna me levante y de un solo ritmo de un paso a otro estaba fuera del patio de la vieja Rosa Carmen, pero me detuvo un objeto de poco peso en mi mano, mire asombrado, era la tasita de totumo con una gota de café, entonces pare en seco, a mi alrededor solo sombras corriendo, corriendo, así que como la paciencia de la viejecita y su tasita de totumo frente a la vida, retrocedí a seguir sentado con la viejecita y mi tasita de totumo.                 

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